Pasa el tiempo
y somos conscientes inmediatos que las sensaciones personales acumuladas van dando
paso a una realidad compartida. Lo más sensato y dignificante es darlo criterio,
sustentarlo y compartirlo. Descubrir que la realidad no es única y que
simplemente se multiplica en diversas formas y niveles.
Llevo dando
vueltas desde el ámbito profesional a varias cuestiones que teniendo que ver
con nuestra más pura esencia, cuidar, erosionan sin embargo, la integridad
profesional, la parte humana, tan necesaria que sobrepone y califica cualquier
procedimiento y maniobra o actuación a la significación absoluta en el ámbito
del amparo, el acogimiento, la comprensión, la respuesta a la necesidad de
cuidado.
Sin humanidad
no hay cuidado, sin humanidad no hay comprensión, sin humanidad no hay
respuesta, sin humanidad no hay excelencia…sin humanidad habrá otras cosas,
pero nunca plenitud.
Es por ello que
reflexionando entre la experiencia, bien vivida personalmente, bien vivido a
través de otros profesionales llegamos a un frente común y en el que todos
estamos en consenso pero siempre compartido de forma íntima y con preludios de
contexto que matizan agonías de verdadero sufrimiento moral. He compartido
experiencias varias, vividas, sobrevividas y percibidas, así como de confesora
y penitente.
Son esas
actuaciones manifiestas o silentes que se producen entre nuestro colectivo, bien
a largo plazo, a corto o a medio, a veces tajantes e instantáneas, a veces silentes
y agonizantes. La violencia intramuros o intraprofesional, una forma gratuita
de ejercer poder desde el desprecio, la inseguridad, el desconocimiento, y el
narcisismo, una manera soslayada y encubierta por el autoritarismo impúdico e
impune de quienes no tuvieron oportunidad de quererse a sí mismos o de quienes
sobrepasaron la “ley de término medio”. Se practica de manera y forma vertical,
horizontal e incluso en extrarradio mural, una violencia manifiesta en
distintos formatos que avergüenza y encoge el alma lo suficiente como para
callarlo, volcando la culpabilidad hacia adentro y perdiendo la referencia
entre la objetividad y el intimismo.
Dicho sufrimiento
aceptado como parte situacional de una relación contractual, y por tanto necesariamente mantenida, genera angustia,
debilidad, ira, frustración y culpa, factores y aspectos suficientes para
somatizaciones que alteren el comportamiento vulnerando el autoequilibrio
personal. El desarrollo de síndromes y respuestas tienen como consecuencia el
deterioro de la integridad moral, el agotamiento emocional y su consecuencia más
precipitante, la despersonalización hacia los pacientes.
Las víctimas de
violencia psicológica, socio-psicológica y/o psicoterrorismo, hay quien se atreve a
llamarlo así, traducen en una angustia moral que puede llegar a afectar el
resultado del trabajo, erosionando la relación de equipo y la atención en
salud.
El asunto es
muy complejo porque el espectro es amplísimo, las causalidades son múltiples y
diversas, la temporalidad aplicada tanto en la causa como en el efecto
provocado, largo lento y sigiloso o también rápido y fulminante. Muchas veces
es invisible y las modalidades aunque agrupables, tan específicas… como el ADN,
pero en definitiva, conductas pluriofensivas de violación sobre derechos
fundamentales como el derecho a la no discriminación.
“..Un tipo de ataque
sociopsicológico que puede llevar a profundas consecuencias legales, sociales,
económicas y psicológicas para el individuo. Debería ser considerado
básicamente como una privación de Derechos civiles…”
El
acoso es una presión psicológica, dentro del marco de relaciones laborales,
distinto a un conflicto laboral. Es un ejercicio de violencia ilícito
Según la OMS, la violencia es un grave problema de Salud Pública, y ofrece
una definición de violencia como, ejercicio del poder mediante la fuerza,
física o intimidatorio. Hemos de diferenciar la agresividad (inevitable) de la
violencia (evitable), la primera como parte inherente al ser humano y la
segunda como modalidad conformada y cuasi elegida para lograr el control y la
dominación sobre otros. Y aún más la no violencia, que no la opción pacifista,
es decir la violencia por omisión vinculada con el poder de que permite causar
daño por no participar.
Degradante
y contradictorio en sociedades democráticas donde ni el estado puede dominar
denigrando a detenidos o condenados, pero volviendo al ámbito que nos ocupa, el
ámbito de las profesión enfermera dentro y fuera de las organizaciones, en el espacio
corporativo, es realmente serio y preocupante. Un porcentaje aún por estimar de
profesionales que sufren y padecen las consecuencias del ejercicio de esta
violencia. Una sociedad, organizaciones, entidades, instituciones sin mecanismos suficientes que eviten o
permitan la desgracia de una persona sometida a esta lacra, son organizaciones
fracasadas en su capacidad de gestión y uso “terapéutico” del Derecho.
Deberíamos
atender y reparar, detenernos en la investigación y ser capaces de depurar y
poner valores de morbilidad y padecimientos, liderados por la responsabilidad
gestora y/o de sus Unidades de Prevención de Riesgos Laborales /Salud Laboral. Las medidas episódicas, inconcretas e
inexactas no son suficientes ni siquiera los mecanismos de comunicación y
transferencia que no estructuran ni contemplan las delicadas situaciones que
conciernen tratando de desviarlas a situaciones de descrédito y por tanto
empeorando aún más la situación víctima.
Deberíamos
de alentar a las organizaciones de salud
a
crear estructuras de apoyo y de liderazgo
sensible con el deber de mejorar el valor moral en el entorno de trabajo,
que promulgara los entornos saludables y la reposición de valores y ética
profesional, pero sobretodo la no permisividad y holgura en el silencio
compartido, el castigo soslayado y la indiferencia ante situaciones
denunciables donde en ocasiones incluso no son solo copartícipes si no
instigadores directos.