Hay cambios en la vida que te arrastran a situaciones
descontroladas. En muchas ocasiones, el timón de tu vida se sitúa en los entornos
de trabajo como si un vendaval te atrapara después de pasar por un tsunami. Esta
situación no es nada exagerada si entendiéramos lo que es pasar por una enfermedad
de pronóstico incierto, de resolución a largo plazo, o de secuelas invalidantes.
Pienso en una breve descripción que @visitadora hizo este domingo,
en una nota a través de un twit, en la que deshilachaba con precisión una
circunstancia no poco frecuente por desgracia. Cada una de esas situaciones
tiene factores comunes y determinantes y por supuesto también diferenciadores.
Pienso en las veces que estimamos, anunciamos, defendemos y
publicitamos, acerca de la voz del paciente, de la intercomunicación, de la
escucha activa, del cuidado y la atención pero deberíamos de pensar y reflexionar
acerca del fariseísmo que acontece en los ámbitos de trabajo. Ámbitos tóxicos
internos de relaciones intra y extradisciplinares, ámbitos enrarecidos que te
hartan y te doblegan, que te merman y embrutecen, te desencantan y decantan
envileciendo incluso al más entregado. Ámbitos en los que has de arrimar con pulso
firme y sin temblores la mediocridad regresiva, la impureza del trabajo
alienado, el sometimiento dominante compartido a base de gestión desmedida de
emociones y control. Culturas arraigadas y manipuladas para y por beneficios
extemporáneos e individuales, formas de hacer lo mismo, de protagonizar y
culpar unos, de acusar otros y de advertirte
como extraño, por si tú no lo hubieras percibido. “Madres” y “padres”
que ejercen tal cuidadores de causa ajena, pero no permiten que tu autonomía
desborde los límites, voraces y acusadores, restrictivos sin horizontes ni
metas. Personas y personajes, actores y momos, títeres y lacayos, súbditos y
promesas de futuro. ¿Cómo vamos a cuidar con estos “descuidos”?.
Esos ámbitos son duramente agresivos pero también
combatibles en su amplio sentido, al igual que lo son, las barreras que obstaculizan
las incorporaciones de trabajo tras un proceso largo de enfermedad, de
enfermedades limitantes, bien por secuelas, por recuperaciones progresivas o
adaptaciones a nuevas indicaciones.
En el contexto referido, y a propósito de la que describe @visitadora, el encuentro con
los servicios de Riesgos Laborales no
deja de ser una experiencia dependiendo del interlocutor que ofrezca atención,
de su disposición, de su sensibilidad, de su interés y de las capacidades de
resolver sin que prime la tan irresoluta ambigüedad. Ciertas apreciaciones y
consideraciones definitivas que transponen el entendimiento del qué o porqué de
capacidades limitadas requieren, bien cierto es, objetividad y medida escalada,
pero desde luego no devaluaciones
subjetivas y prejuicios basados en lecturas y aprendizajes anacrónicos y
delatadoramente no renovados, (esto me recuerda a la afición de ciertos
profesionales a copiar y pegar).
Pero aún queda un escalón más, dentro de la batalla personal.
La situación de distrés, de recuperación emocional, de ordenamiento mental, de
recuperación de ritmo no ha empezado aunque lo creas. Reclamar, negociar,
sostener y hacer creíble es la encomienda más dura que te envía el infierno. Por
si acaso no te habías enterado de lo que valía un peine, o que el rizo puede
quedar más compacto de rizado y complejo que puede llegar a ser, la situación
puede ser de tan escasa consideración para la administración, responsables de
la gestión en sí misma y responsables de proceso que los dictámenes pueden ser
interpretados, manipulados, transgredidos y obturados e incluso no
solucionados. En el mejor de los casos si llegara a cumplirse, al fin y al cabo
la indicación, la norma, la ley… puedes
llegar a sentirte deudor y culpable, si de otro modo fuera, te sentirás
vulnerable y vulnerado. Siempre, saldrás perdiendo o renunciando.
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