domingo, 15 de diciembre de 2024

¿Seguís ahí?

Dicen que una buena parte de nuestro tiempo cursa con pensamientos sobre dudas y decisiones ya tomadas, si fueron acertadas o, dudosamente, erróneas. En estos momentos, y lejos de querer señalar sobre la crisis, eterna crisis, la inflación y su impacto socioeconómico o sobre aquellos macrobjetivos de colores encadenados y sobre otras podredumbres resultantes de los eternos conflictos del poder local, nacional o de élites internacionales, merece detenerse en otros aspectos también necesarios y vitales, aunque quizás éstos, ya no generen tanta dedicación a la duda o a la reflexión, lo que sí parece seguro es que fragiliza nuestra propia identidad individual y colectiva como sociedad.

Decir que los momentos actuales son de «cierta incertidumbre» es pretender mantener sosegado el «clima» bajando el volumen, ya que realmente son inquietantes a tenor de los acontecimientos del año en curso, y no son pocos. Algo está pasando, para detectar el efecto evidente en cada uno de los individuos, entre nosotros, sobre cómo las convicciones más sólidas, las más enraizadas, se estén viendo comprometidas de manera extremadamente fácil como si de un proceso de licuación imperativo se tratase, cada día más común, más intrascendente e impersonal y, esto, además, ya no provoca espacios ni tiempos de necesaria duda y reflexión.

Para los que aún conservamos capacidad de asombro, e insisto, sin entrar en cuestiones y aspectos sociopolíticos, no deja de sorprender la rapidez de estos cambios, no solo de los acontecimientos y contexto, también de los comportamientos y los principios de las personas (a saber, si eran principios o… finales). Las personas lógicamente cambian, a lo largo de los años, con la experiencia, los eventos vitales, las relaciones, con el devenir, el acontecer… y progresivamente.

Lo sorprendente es la locura de vaivenes comportamentales a los que asistimos los sorprendidos, en las rutinas diarias o en procesos más extraordinarios, en lo laboral, lo social, etc..., sintiendo además, cómo influye la tipología del cambio climático (entiéndase). A ello hay que sumar una frialdad e indiferencia, a veces mal entrenada, de los afectos protagonistas que desconciertan con su grotesco papel a sorprendidos y ajenos. Un desajuste y destemple que no permite manejar las respuestas necesarias o reacciones ante el desprecio y aversión que manejan de fondo.

Y el asombro ya es superlativo, cuando habiendo tratado, incluso cerrado algún asunto formal, serio, o de vital importancia, se deshace o desarma 24 horas después con negaciones rotundas o acompañadas de todo tipo de justificaciones reales, imperiales, dogmáticas, de credo… pero conscientes todos de que el argumentario pesado no supera la sensación de coladura y mentiras encadenadas.

La mentira al igual que el mal no es ninguna novedad, ni sorpresa, si acaso una y otro se sostienen y alimentan con mayor o menor contención dependiendo de qué momento, fuerzas, movimientos o corrientes y cuántos adeptos a las mismas sean precisos para forzar o mantener el cambio y ser parte, o reparto, de ello.

Todo lo dicho pudiera parecer una percepción propia, pero cuando se plantea en debates, conversaciones y otras reuniones informales, el sentir es compartido y pocos se atreven a escalarlo, pues no es 'cool' debatir sobre la integridad y el arte de vivir actual.

Parece improcedente y de 'flojeras' tratar por ejemplo, sobre el poder de aglutinar a través de la confianza, el compromiso, la dignidad, los valores de siempre y su perpetuación o mantenimiento en el tiempo. Lo que no está claro es el proceso tan efervescente al que hemos llegado y que culmina con esta vacuidad mayúscula. No hace tanto tiempo en esta región los tratos se cerraban con un apretón de manos, pregunten a ganaderos, comerciantes o jueces de paz, por ejemplo.

Pero insisto, lo sorprendente no son cuestiones tan de nuestro género humano y desde tiempos inmemorables sino, que perduren en nuestra civilizada sociedad progresista conformando patrones en los que el engaño, la maldad, la depredación, el envilecimiento y el servilismo son el marco actual que da soporte a la supervivencia en los distintos entornos, cualquiera que sea.

Podemos justificar, (¿cómo?) que son las exigencias sociales actuales, que nos moldean con mayor o menor facilidad dependiendo de la resistencia y fortaleza individual. Bajo ese molde, los individuos no toman decisiones, la culturilla 'empuja' y 'hacemos lo que debemos', claro está, en consonancia con el patrón adecuado.

Y en este punto, hay quien se hace traje-molde a la medida, unos entran y salen como si fuera un amplio buzo, otros como un ajustado neopreno que, ciertamente, a muchos les «sienta como un guante», impermeables.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Respeto y sentido, del común también