Dicen que una buena parte de nuestro tiempo cursa con
pensamientos sobre dudas y decisiones ya tomadas, si fueron acertadas o,
dudosamente, erróneas. En estos momentos, y lejos de querer señalar sobre la
crisis, eterna crisis, la inflación y su impacto socioeconómico o sobre
aquellos macrobjetivos de colores encadenados y sobre otras podredumbres
resultantes de los eternos conflictos del poder local, nacional o de élites
internacionales, merece detenerse en otros aspectos también necesarios y
vitales, aunque quizás éstos, ya no generen tanta dedicación a la duda o a la
reflexión, lo que sí parece seguro es que fragiliza nuestra propia identidad
individual y colectiva como sociedad.
Decir que los momentos actuales son de «cierta
incertidumbre» es pretender mantener sosegado el «clima» bajando el volumen, ya
que realmente son inquietantes a tenor de los acontecimientos del año en curso,
y no son pocos. Algo está pasando, para detectar el efecto evidente en cada uno
de los individuos, entre nosotros, sobre cómo las convicciones más sólidas, las
más enraizadas, se estén viendo comprometidas de manera extremadamente fácil
como si de un proceso de licuación imperativo se tratase, cada día más común,
más intrascendente e impersonal y, esto, además, ya no provoca espacios ni
tiempos de necesaria duda y reflexión.
Para los que aún conservamos capacidad de asombro, e
insisto, sin entrar en cuestiones y aspectos sociopolíticos, no deja de
sorprender la rapidez de estos cambios, no solo de los acontecimientos y
contexto, también de los comportamientos y los principios de las personas (a
saber, si eran principios o… finales). Las personas lógicamente cambian, a lo
largo de los años, con la experiencia, los eventos vitales, las relaciones, con
el devenir, el acontecer… y progresivamente.
Lo sorprendente es la locura de vaivenes comportamentales a
los que asistimos los sorprendidos, en las rutinas diarias o en procesos más
extraordinarios, en lo laboral, lo social, etc..., sintiendo además, cómo
influye la tipología del cambio climático (entiéndase). A ello hay que sumar
una frialdad e indiferencia, a veces mal entrenada, de los afectos
protagonistas que desconciertan con su grotesco papel a sorprendidos y ajenos.
Un desajuste y destemple que no permite manejar las respuestas necesarias o
reacciones ante el desprecio y aversión que manejan de fondo.
Y el asombro ya es superlativo, cuando habiendo tratado,
incluso cerrado algún asunto formal, serio, o de vital importancia, se deshace
o desarma 24 horas después con negaciones rotundas o acompañadas de todo tipo
de justificaciones reales, imperiales, dogmáticas, de credo… pero conscientes
todos de que el argumentario pesado no supera la sensación de coladura y
mentiras encadenadas.
La mentira al igual que el mal no es ninguna novedad, ni
sorpresa, si acaso una y otro se sostienen y alimentan con mayor o menor
contención dependiendo de qué momento, fuerzas, movimientos o corrientes y
cuántos adeptos a las mismas sean precisos para forzar o mantener el cambio y
ser parte, o reparto, de ello.
Todo lo dicho pudiera parecer una percepción propia, pero
cuando se plantea en debates, conversaciones y otras reuniones informales, el
sentir es compartido y pocos se atreven a escalarlo, pues no es 'cool' debatir
sobre la integridad y el arte de vivir actual.
Parece improcedente y de 'flojeras' tratar por ejemplo,
sobre el poder de aglutinar a través de la confianza, el compromiso, la
dignidad, los valores de siempre y su perpetuación o mantenimiento en el
tiempo. Lo que no está claro es el proceso tan efervescente al que hemos
llegado y que culmina con esta vacuidad mayúscula. No hace tanto tiempo en esta
región los tratos se cerraban con un apretón de manos, pregunten a ganaderos,
comerciantes o jueces de paz, por ejemplo.
Pero insisto, lo sorprendente no son cuestiones tan de
nuestro género humano y desde tiempos inmemorables sino, que perduren en
nuestra civilizada sociedad progresista conformando patrones en los que el
engaño, la maldad, la depredación, el envilecimiento y el servilismo son el marco
actual que da soporte a la supervivencia en los distintos entornos, cualquiera
que sea.
Podemos justificar, (¿cómo?) que son las exigencias sociales
actuales, que nos moldean con mayor o menor facilidad dependiendo de la
resistencia y fortaleza individual. Bajo ese molde, los individuos no toman
decisiones, la culturilla 'empuja' y 'hacemos lo que debemos', claro está, en
consonancia con el patrón adecuado.
Y en este punto, hay quien se hace traje-molde a la medida,
unos entran y salen como si fuera un amplio buzo, otros como un ajustado
neopreno que, ciertamente, a muchos les «sienta como un guante», impermeables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Respeto y sentido, del común también